La Perversión ¿patología o estructura subjetiva?
Presentación
Con este número la revista inicia un proceso de extensión que está signado por la participación de psicoanalistas argentinos y mejicanos, al tiempo que abrimos corresponsalías en Buenos Aires y Ciudad de Méjico.
Si en esta ocasión elegimos como tema a las perversiones, es porque aún sigue siendo un campo de investigación para el psicoanálisis.
La relación del ser hablante con el lenguaje en el que está inmerso, pervierte estructuralmente su relación con la naturaleza, comenzando por la de su propio cuerpo. No obstante, la sexualidad propia de las perversiones como tales, se diferencia de aquella del niño perverso polimorfo descrito por Freud. Si las perversiones lo son, es porque continúan la sexualidad infantil en la edad adulta, bajo ciertas condiciones que son justamente las de la violencia.
Si hay algo que todos los trabajos de este volumen ponen de relieve es la relación entre violencia y perversión, como rasgo estructural. Una violencia, un goce ejercido por el Otro y vivido pasivamente por el sujeto en su infancia, que él hace padecer a un semejante en la vida adulta, como modo de escapar de la angustia que le produce esa violencia padecida, pero, sobre todo, como modalidad de defensa ante el aspecto castrador del deseo del Otro, que el encuentro con el semejante evoca.
Violencia habitual en los hombres, pero no de modo excluyente: en las mujeres también aparece bajo diferentes modalidades (las “madrastras”, las mujeres que feminizan a los hombres, las madres que fetichizan a sus hijos, etc.).
No obstante, el perverso desconoce aquello que lo empuja a su puesta en escena, aquella en la que instrumenta a un semejante haciéndole padecer la angustia o el sufrimiento. Desconoce que su acto está al servicio de completar o suplementar al Otro, en un esfuerzo vano de hacerlo existir, siendo que por estructura está barrado.
La renegación de la castración materna, es el mecanismo defensivo descubierto por Freud como central en las perversiones. No obstante, no basta con ella, ni con la escisión del yo para definir la estructura perversa. De hecho, los neuróticos también reniegan y padecen escisiones yoicas en ocasiones como, por ejemplo, la de un duelo.
En cuanto al fetiche, objeto metonímico que viene al lugar del falo faltante del Otro materno (Freud), es necesario tener en cuenta también su articulación con el padre, es decir con el tabú paterno (Lacan lo indicó al hablar de Père-version).
El fetichista, modelo de la perversión para Freud, puede alcanzar un orgasmo completo sin relación sexual gracias a su objeto: una prenda femenina íntima, un zapato, etc. Algo equivalente acontece en otro tipo de perversiones. Cabe preguntarse entonces, cómo es que es que eso se llega a producir.
Es un hecho de que tanto las mujeres como los hombres utilizan todo tipo de fetiches para provocar el erotismo de sus semejantes, sean hombres o mujeres.
Las joyas, vestidos, carteras, zapatos, etc. que lucen las mujeres, son fetiches que de alguna manera están ligados al tabú paterno. Vienen a decir que ellas están prohibidas, que pertenecen a un Otro paterno, y de esa manera generan el deseo de los hombres.
El niño empieza siendo tomado por su madre como un falo, y se libera de esa posición ya sea instaurando un objeto repulsivo propio de la fobia, lo que abre el derrotero neurótico que puede derivar en la histeria o la obsesión, o bien renegando de la castración materna y eligiendo un objeto atractivo, un fetiche que representa entonces lo que le falta a la madre. En ambos casos, su cuerpo ya no es el falo materno y puede separarse. Pasa de serlo a tenerlo, y en el caso del fetiche puede gozar de él de modo masturbatorio.
Pero la angustia ante el deseo del Otro materno engendra la invención de un padre mítico que puede dispensar golpes, pero también joyas u otros objetos, marcando así su dominio. En este segundo tiempo paterno, la inocente perversión polimorfa del niño se transforma en Père-version adulta, por identificación con ese padre del goce. Algo que se puede reprimir cuando opera la dimensión simbólica de la paternidad, pero que puede no reprimirse cuando la madre “mata” anticipadamente al padre al desautorizar su palabra, lo que equivale a anular su deseo. En ese caso, el niño no tiene un padre a quien matar simbólicamente, para poder asumir su posición sexuada en relación a lo femenino.
Los autores de este volumen, han tratado, además de algunos puntos que aquí menciono muy sucintamente, diferentes interrogantes respecto de lo que define con precisión la estructura perversa, la inversión que implica respecto de la neurosis, el abordaje clínico de las perversiones, la relación entre homosexualidad tanto masculina como femenina y su diferencia con la perversión, lo que podría ser una clasificación no ideológica de las mismas, la perversión en las mujeres, la relación entre la perversión y el discurso capitalista, así como la lógica y la topología nodal pertinentes para escribir su estructura.
Algunos de esos interrogantes, encuentran en este volumen, respuestas válidas.
Marcelo Edwards